Esa noche Juan levanto la mirada y al mirar por la ventana, Rocío, su amiguita del colegio, lo esperaba del otro lado. El le había contado de sus viajes mágicos a la luna. Y ella que sentía la necesidad de experimentar esa paz, decidió acompañarlo.
Juntaron galletitas, dos botellitas con agua, y una mochila con fotos... Subieron al techo de la casa, y con el barrilete azul que Juan había hecho con sus propias manitos, levantaron vuelo y se fueron...
Una hora después llegaron. Rocío no podría creer lo tan maravilloso que era el universo, cuantas estrellas había, y mucho menos entendía porque esa nave espacial paso tan cerca del barrilete y desde adentro saludaron dos manitos verdes.
Llegaron, por fin. Se sentaron en el piso, y entre charlas inocentes y peleas de niños, comieron las galletitas, tomaron el agua, soñaron y volvieron antes que amanezca. Ya que temprano deberían estar en sus casas, para salir de nuevo al colegio.
Esas pocas horas en la luna sirvieron para que Rocío sintiera la paz que Juan sentía, cada vez que escapaba de su casa. Y ahora por fin, a Juan alguien mas lo entendía...
